Sunday, October 14, 2007

A fuego cruzado..


Hace mucho tiempo que vivo en un departamento, toda mi vida. No siempre en el mismo, pero siempre ha sido un condominio. Hace no mucho que me interesó el tema de la propiedad compartida de un espacio físico, en el que, hacinados cual perros en jaulas horizontal y verticalmente contiguas, se opta por compartir en pos de una ciudad más vertical que bonita. Me pareció divertida la idea de adquirir un “espacio en el aire” soportado por una estructura, en apariencia resistente, sin la cual el título de propiedad no haría referencia a nada más que un “cachito de cielo”. Y por poético que parezca, ser dueño de un trozo de aire no es muy alentador.

Pero lo que me ha llevado a escribir algo distinto a lo que me tiene plenamente feliz los últimos días (un poco más de un mes), no es el tema curioso de la propiedad compartida en un condominio desde el punto de vista económico o filosófico. Es más bien una inquietud mucho más terrenal, que toma forma en el campo de la convivencia, un domingo cualquiera en el que, según la religión en la que fui iniciado pero que no profeso, se debería “descansar”.

Sé que vivir en un departamento, para mí, implica, además de grandes lapsos de soledad a veces plena y a veces angustiante, chutarse de cuando en cuando gritos, música alta, fiestas de fin de semana, borrachazos de pérdida de llaves y golpeteos de puertas, olores de comidas caseras colándose por las intersticios de las puertas, entre otras cosas. Pero no me había tocado la mala fortuna de vivir con un vecinito de música alta bajo mis pies y dos perritos feos con uñas largas sobre mi cabeza.

Entre las ocho y nueve de la mañana de este domingo cualquiera, uno de los perritos, al parecer encerrado en una recámara, justo en la que duermo pero arriba, chillaba y rascaba el piso intentando cavar un túnel que le permitiera escapar de su condena. Y encontrábame lidiando con los ruidos del perrito cuando por ahí de las nueve o nueve y media mi vecinito, el de abajo, supongo que ante la ausencia de su madre, decidió escuchar su disco “grandes éxitos del heavy metal” que seguramente consiguió en algún vagón del metro, en su opulento estéreo de cualquier marca con no sé cuántos miles de watts de potencia y hacer retumbar mi ya maltratado sueño.

En fin, una vez despierto y sin poder pensar en mucho más que en la música que hacía retumbar mis pies sólo al permanecer un momento parado, busqué el reglamento de convivencia vecinal que la exadministradora me entregó hace unos meses, para constatar qué podía reclamar, pero no lo encontré. Seguramente se fue, con la última oleada de papeles inútiles que abarcaban el espacio de mi comedor, a la basura. Y bueno, al recordar cuán mal me caían los vecinos quejosos que no nos dejaban corretear por los pasillos del departamento por las molestias que les ocasionaba, decidí armarme de paciencia, encerrarme en este cuarto, frente a la computadora y escribir esto para desahogar un poco el enojo provocado por haber despertado así, a fuego cruzado.


1 comment:

Anonymous said...

Qué irónica es la vida, yo casi toda mi vida he vivido en casa de mis abuelitos, y siempre he deseado vivir SOLA en un departamento . Muchos dicen que no aguantaría esa soledad, imagínate en mi familia somos siete. Siempre he deseado escuchar mi música a todo volumen, vaya escuchar a Radiohead no sería para nada molesto jaja, así que aguas porque a lo mejor yo seré tu siguiente vecina molesta jaja. No te enojes, mejor disfruta esos momentos y desquitate escuchando tu música a todo volumen (ponles a RBD a ver quien se enoja mas, a poco no jaja).